
01 Jun, 2021 O CAMIÑO POLO QUE VALE
UN NOVO RELATO SOBRE O CAMIÑO DE SANTIAGO
Continuamos cos relatos para o noso proxecto «Mestura no Camiño» englobado no programa da Xunta de Galicia O Teu Xacobeo.
Hoxe deixamos estes párrafos adicados o camiño de Alejandro Rubial Abella
O Camiño polo que vale.
«<<Se cura viajando>>. Esta es la coletilla más socorrida de todo buen resabiado que se precie en estos tiempos globales de aerolíneas de bajo coste para acompañar toda aquella idea que se quiera enfatizar como reaccionaria o desfasada. Hubo un tiempo no muy lejano en el que viajar era sinónimo de aprendizaje. Hubo un tiempo en el que al aterrizar un avión o al arribar un barco, los pasajeros se convertían en exploradores y los días en aventuras. Lo extraño lo era de verdad y lo desconocido también. Los mapas estaban en papiro o no estaban y los destinos eran sueños como Oz o rumores como El Dorado. Cada lugar era un nuevo mundo y cada momento el más preciado de los tesoros, todos los días durante todo el día eran siempre como la primera vez.
El placer de entretenerse en el detalle, el matiz de una mueca, las fragancias de las calles, los sabores y las texturas de antiguos mercados, los colores de los paisajes, las lenguas o las gentes extrañas pero también las sorpresas y los infortunios, transportaban al vagabundo hasta su “yo” infantil en donde toda experiencia podía ser una valiosa lección o un severo correctivo. Quizá sea por eso que aquel pequeño excursionista que todos llevamos dentro nos empuja una y otra vez hacia tierra incógnita en la búsqueda no sólo de nuevos desafíos, sino también al reencuentro de aquel estado de ánimo infantil en el que no había preocupaciones y en el que, en definitiva, éramos felices. Hay quienes para ello suben a lo alto de las montañas, quienes cruzan desiertos o se adentran en lo más profundo de la selva. Los hay también quienes prefieren el contacto con tribus de islas perdidas, o los que pasean por las junglas urbanas más modernas para saciar su avidez errante de emociones.
Y es que viajar es como leer un libro y ver luego la película, nunca es como te lo cuentan, y ni siquiera lo es para el propio viajero cuando vuelve tras la huellas de viejos instantes para recorrer esos mismos recuerdos que un día descubrió por primera vez. Cambian las estaciones, y con ellas las hojas y las flores con sus olores, cambian las personas, y con ellas sus voces y conversaciones, cambian las cosas y con ellas la verdadera sustancia del hombre, su memoria. El Camino de Santiago significa para el peregrino cambio, no sólo de lugar sino de sentido; cargarse la mochila a la espalda y ponerse en ruta es justamente lo contrario, quitarse el peso de la cotidianidad de encima y dejar de ser por un momento en lo que, sin apenas darte cuenta, la mecánica de tus días te ha convertido, un hombre con una venda mágica en la que tus ojos pueden mirar pero no ver.
El proceso de cambio constante que supone la globalización como tendencia uniformadora de espacios y culturas, y que catalizada por la digitalización y su democratización inherente, supone que cada vez queden menos lugares diferentes por descubrir de manera genuina. Puedes sentarte a comer sushi en Madrid o una paella en Ciudad del Cabo, decantar el mismo tinto en Vigo que en Helsinki, comprarte los mismos pantalones en Tokio que en Lisboa, ver la misma película en Buenos Aires que en Estambul, o hacer negocios desde tu dispositivo móvil con un ciudadano chino, video llamada mediante, mientras estás tomando un café en una conocida franquicia americana en cualquier esquina de Berlín. Esta arrolladora homogeneización afecta obviamente a nuestro comportamiento.
Donde antes había turistas, ahora tenemos consumidores que, en muchas ocasiones, son teledirigidos a través de medios de comunicación globales y plataformas digitales masivas que alienan al viajero poniéndole sobre sus ojos la dichosa venda mágica, y convirtiéndolo en un autómata, que mira pero que no ve, porque ya no comprende ni tiene la capacidad de hacerlo. Entonces, si somos mujeres y hombres desnaturalizados y con un pensamiento único impostado, ¿Cómo recuperar la mirada?, ¿Cómo volver a ver las cosas como si fuera la primera vez?
La lógica invita a pensar que la mejor forma de volver a nuestro estado natural es precisamente estando en la naturaleza y es el Camino de Santiago un escenario único de pureza, paz y desconexión para oxigenarnos y reencontrarnos con nuestra esencia dejando a un lado el estrés y el bullicio del asfalto y el hormigón. Ya los antiguos griegos se hacían eco de los beneficios para la mente de caminar, y hasta el mismo Aristóteles, fundador de la precisamente llamada Escuela Peripatética, reflexionaba sobre la vida con sus discípulos paseando a través de los bosques, como indica el nombre de la citada doctrina.
En el camino, la naturaleza se erige como el mejor compañero de terapia del viajero y las largas marchas suponen no solamente la oportunidad de conectar con él mismo, sino también de calmar sus ansiedades a través del ejercicio físico, con la secreción de hormonas como las endorfinas, responsables de la sensación de bienestar. En cierto modo, podríamos decir que si el viajero del siglo XXI es una especie de “vagabundo-consumidor” que vive extasiado por la dictadura digital de las modas, podríamos deducir, por consiguiente, que es el resultado de sus propios pensamientos, por lo que el peregrinaje se revela como una herramienta terapéutica de primer orden para reconciliarse con esa mirada pro-activa y original que le permita otra vez reajustar su cuerpo y mente.
Otra de las sinergias que posibilita al viajero reforzar ante sus vínculos con lo que va a visitar y que le aporta un valor añadido a la experiencia es el maridaje de la historia y la literatura, elementos que permiten amueblar la fotografía allá donde alce la mirada dotándole así de interesantes contenidos para confrontar, interpretar y comprender su entorno, o como antes comentábamos, ver. Es este otro de los puntos fuertes de la Ruta Jacobea, plagada no sólo de historia y de leyendas, sino de incontables muestras de arte y arquitectura que hacen de todo el trayecto un conjunto monumental en sí mismo.
Cuando el viajero asume por fin su rol de peregrino, empieza a desarrollar un abanico de habilidades, tanto sociales como intrapersonales, que le permite romper con las costuras de los convencionalismos e iniciar otro camino paralelo al físico, el espiritual, que, religioso o no, le nutre de todo cuanto le rodea empezando aquí el auténtico crecimiento personal.
El intercambio cultural del peregrino con el ambiente supone un río constante de conocimientos tan rico y variado, que, en países como Corea del Sur empiezan a considerar al Camino como una suerte de agogé moderna que constituye un formidable elemento educativo. Con el discurrir de los kilómetros, el peregrino observará que aprende cosas que no se enseñan en la escuela como la autodisciplina que exige el levantarse a primera hora para llegar pronto a la siguiente meta volante y conseguir plaza en el próximo albergue; cómo llevar una conversación con extraños con los que a veces tendrá que caminar y otras que compartir techo; cómo escuchar a su cuerpo y cuidar de sus pies o dosificarse para subir un puerto, qué comer, cómo y cuándo; cómo organizar su tiempo, su presupuesto y su gestión, cómo respetar y adaptarse a la sucesión de las muchas costumbres locales y de nuestros colegas acompañantes; o cómo sobrevivir sin tecnología en ambientes sin cobertura que si bien no son del todo hostiles, suponen una forma de obligarnos a conectar con nosotros y con nuestro entorno. La repetición diaria de esto conduce al fortalecimiento de la autoconfianza y al nacimiento del hábito, instrumento clave en el desarrollo personal dado que rara vez las acciones en la vida por sí solas suponen progresos de verdad.
Y es que realizar, por ejemplo, el Camino francés desde la frontera gala ya supone una inmersión total en la que el peregrino caminará alrededor de un mes hasta llegar a Santiago. Durante toda la singladura, el explorador disfrutará de la que probablemente sea, sin exagerar, una de las mejores aulas educativas al aire libre del mundo. El peregrino gozará de la vida en el camino, de la oportunidad de intercalar paisajes diferentes cada pocas horas de paseo, de la diversidad estacional y regional del clima capaz de poner a prueba los límites de nuestro cuerpo y también de nuestra mente, de interpretar la naturaleza con sus campos, montañas, sus cultivos y su fauna.
Mientras avanza en su devenir, el arte y la historia serán sus más fieles escuderos allá donde ponga la vista, con sus puentes, sus iglesias, su fascinante y cambiante arquitectura, sus comarcas, sus pueblos y casas escondidas, sus ciudades milenarias y sus fastuosas catedrales… y miles de singularidades que no dejarán nunca de sorprender al forastero y que siempre traen alguna lección. Si el arte es el fiel escudero del caminante, la gastronomía será su mejor aliada, siempre acompasada a los acervos culturales que se irá encontrando y que elevará de manera definitiva la experiencia sensorial a la máxima expresión, siendo estos descansos culinarios los momentos estrella de cada una de las etapas.
En su periplo hacia Compostela, el peregrino tendrá que hacer uso también de sus habilidades sociales, porque serán muchos los compañeros que, como en la vida, irán y vendrán, y cientos de caras nuevas con las que habrá de cruzar miradas, sonrisas y conversaciones, para en otras ocasiones, recurrir al gesto como último ingenio para el entendimiento. Los desconocidos en el camino son viajeros singulares que llegados desde los rincones más remotos del planeta, vienen determinados a imbuirse y a interactuar, por lo que esta multicultural andadura resulta una estrategia infalible para abrir la mente y conocer otras perspectivas y visiones a través del reconocimiento mutuo y la fraternidad que impregna el aire. No en vano, son tantas las bondades, que en 1987 el Camino de Santiago fue declarado como el primer Itinerario Cultural del Consejo de Europa “por la protección de los valores culturales europeos, por fomentar nuevas formas de encuentros entre los jóvenes europeos, poner en valor patrimonios poco apreciados y desarrollar programas de cooperación.” Palabras mayores que definen magníficamente la enorme proyección personal que podemos tener en los dominios de la Ruta Jacobea.
Dejar de ser lo que eres para ser lo que quieres ser, bella oportunidad que se le brinda a todo aquel intrépido que se atreva a aventurarse por este paréntesis espiritual, que convertido en lección de vida puede llevarle no sólo a Compostela, sino también a comenzar la etapa más difícil pero a la vez la más bonita de las que puede haber en el Camino de Santiago: la de las segundas oportunidades, en la que el peregrino transforma sus enseñanzas en su nueva forma de ver y de ser. ¿No es acaso esta la mejor de las curas para recuperar la mirada?»
Alejandro Rubial Abella